Que levante la mano quien se haya tomado un helado (o dos o cinco) este verano. Aunque su consumo, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, disminuyó ligeramente entre junio de 2023 y mayo de 2024 con respecto al año anterior, este sigue siendo bastante elevado: en ese periodo, los españoles tomaron en total 140 millones de litros de helado. Por supuesto, fue más en los meses de calor: un 80,7 % del volumen total se consumió entre abril y septiembre. Si se le toma la palabra al Primer Estudio Frigo de Hábitos de Consumo de Helados en España, publicado este mismo agosto por la marca de helados, un 61% de los españoles elige este alimento para picar entre horas. Aunque cuando alguien decide tomarse un helado no suele hacerlo pensando en lo bueno que será para su salud (se trata, al fin y al cabo, de un producto que por lo general tiene bastante azúcar), hace dos años un artículo en el medio estadounidense The Atlantic mencionaba una tesis doctoral que había encontrado un posible beneficio, en particular, para personas con diabetes: si tomaban una pequeña cantidad diaria de helado, tenían menos riesgos de desarrollar problemas cardiovasculares. El texto contaba que había habido más investigaciones en las que los helados daban buenos resultados para la salud (mejores incluso que los yogures), pero que no habían sido publicitadas. Estas buenas noticias para amantes de los helados las aguó Duane Mellor, investigador de nutrición en la Aston University, en un artículo publicado en The Conversation poco después en el que analizaba la evidencia científica existente. Su conclusión: no se puede afirmar con contundencia que los helados son buenos o malos; hace falta investigar más. Más información“No se puede generalizar. Dependerá fundamentalmente del tipo de helado, es decir, composición y forma de preparación (artesanal o industrial). El efecto sobre la salud también se relaciona con la cantidad o tamaño, frecuencia de consumo y las características individuales de la persona que los consume”, resume Miguel Civera, médico especialista en Endocrinología y Nutrición y miembro del Comité Gestor del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Ni todas las personas somos iguales ni todos los helados lo son. Como enumera el experto, pueden contener agua, leche, azúcares, grasas vegetales, huevos, frutas, frutos secos, aditivos (aromas artificiales, conservantes, colorantes) y otros ingredientes. Como gran división “muy simplificada” entre lo que aportan dos tipos principales de helados, Civera explica que, por un lado, “los helados de crema industriales contienen más grasas y proteínas”, mientras que los de hielo (también los industriales), tienen principalmente agua, azúcar y saborizantes. En cuanto al contenido calórico, los de crema industriales pueden tener alrededor de 200-350 calorías por porción y los polos de hielo entre 60 y 100. Después depende también del perfil específico de cada persona. “Los helados con un contenido elevado de azúcares, grasas saturadas o que contienen grasas trans tienen efectos perjudiciales a nivel metabólico. Por lo que este tipo de helados deben ser evitados, sobre todo, por personas con sobrepeso, obesidad, diabetes o exceso de colesterol o triglicéridos en sangre”, ejemplifica. “Todos los alimentos deben valorarse con el conjunto de la dieta en global. En este contexto, los helados deberían consumirse de manera moderada u ocasional, dependiendo de su composición y calidad nutricional, así como del tamaño o cantidad y siempre integrados dentro de una dieta equilibrada”, elabora. La mejor opción: artesanales con fruta, yogur y sin azúcar Otra división clara que se puede hacer entre tipos de helados es la de su producción: pueden ser industriales o pueden haber sido elaborados de forma artesanal. Son estos últimos los que la dietista-nutricionista Ana Cristina Pérez Urdaneta, miembro del Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas, señala como opciones más saludables “si se elaboran con ingredientes frescos como fruta natural, yogur o bebidas vegetales sin azúcar añadido”. ¿Podrían algunos helados ser considerados un alimento nutritivo? Una vez más, depende del tipo de helado. Si bien, como norma general, “no deben considerarse una fuente prioritaria de nutrientes”, la experta explica que en algunos contextos algunos de estos productos sí pueden aportarlos. Como ejemplo, apunta que un helado casero a base de yogur natural y fruta fresca “puede aportar calcio, proteínas y fibra” y que uno elaborado con bebidas vegetales fortificadas y fruta “puede ser apto para personas con intolerancia a la lactosa o dietas vegetales bien planificadas”. Eso sí, Pérez Urdaneta insiste también en que la Academia Española de Nutrición y Dietética recuerda que “estos productos no deben sustituir a alimentos básicos como frutas enteras o lácteos naturales, ni ocupar un lugar habitual en el patrón alimentario”. Toda esta variedad en composición y elaboración, sumada al amor generalizado que la población demuestra por este tipo de alimento, significa también otra cosa: podrían buscarse formas de crear helados pensados precisamente como alimento saludable y nutritivo. En los últimos años, ya se está investigando y se están produciendo los llamados “helados funcionales”, con el objetivo de hacer que sustituyan en la dieta de quien los consume a otros alimentos de peor calidad nutricional o, en casos médicos específicos, convertirlos en una fuente de nutrientes atractiva y fácil de digerir. El reto, como indicaba una revisión publicada en Food Research International a finales de 2022 y elaborada por investigadores de la Universidad de Nápoles (muchas investigaciones sobre helados se hacen en Italia), es el de hacer que al reducir ciertos ingredientes comunes en los helados y añadir otros componentes menos habituales (pre y probióticos o proteínas de origen vegetal, por ejemplo) el resultado final se siga pareciendo a lo que entendemos por un helado: que sepa bien, que la textura no cambie, etc. Más allá de la nutrición La comida es mucho más que alimentación: está también ligada con el disfrute, con la salud mental, lo que a su vez tiene efectos sobre nuestra salud general. Un ejemplo claro es el de por qué se recomienda a los niños a los que se les acaba de practicar una tonsilectomía (la extirpación de las amígdalas) que coman helado. No es solo un premio por su valentía, sino también una forma de terapia contra el dolor, gracias al efecto del frío y a la alegría del helado: en un estudio publicado en mayo en el International Journal of Pediatric Otorhinolaryngology se dividía a 48 niños a los que acababan de sacar las amígdalas en dos grupos. A uno se le aplicaba el protocolo analgésico habitual; al otro, además, se le daba helado. Estos últimos llevaron mejor el dolor y tardaron más en pedir analgésicos. El helado es también una recomendación sorprendente para algunos pacientes de cáncer durante la quimioterapia, que tienden a perder el apetito. Este es uno de los casos para los que se están investigando helados funcionales. Incluso cuando no son helados funcionales, modificados para ser más nutritivos o aportar algo específico, su alto contenido calórico ayuda a mantener ciertos niveles de energía. Además, su efecto frío ayuda a reducir la mucosidad y la sequedad bucal, uno de los efectos secundarios más comunes. Y luego está el simple hecho de animarnos a salir de casa (si no lo tenemos en el congelador, claro), lo que tiene sus propios beneficios. Como recordaba una lectora de The Guardian en una carta al periódico, los paseos que daba acompañando a su marido, paciente de alzhéimer, para ir a comprar helado habían sido una especie de salvavidas. Les llevaba una tarde entera, pero valía la pena: él se concentraba en caminar con ayuda de su silla de ruedas con la motivación de un objetivo feliz. “El ejercicio y el aire libre lo mantuvieron a él en forma, y a mí cuerda”, concluía.

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