Ha llegado septiembre y, tras el parón estival, han vuelto las rutinas estresantes del inicio y el reencuentro con los compañeros de claustro. Algunos repiten centro pero otros, para sorpresa de muchos, no. El pasado ha sido un año raro, a efectos de distribución de los puestos docentes y los destinos obtenidos, debido al obligado proceso de estabilización y a las recientes oposiciones en distintos cuerpos de la enseñanza. La situación, que ha reordenado multitud de puestos de trabajo, ha provocado más que otros cursos que muchos docentes interinos que llevaban años en un colegio o instituto ahora no tengan la posibilidad de repetir para darle continuidad a un proyecto contrastado, a una labor exitosa de tutoría, al seguimiento de iniciativas o a la coordinación de un programa relevante. Muchos de ellos a duras penas van a poder trabajar todo el curso debido a esta inesperada incertidumbre, y menos en un centro no muy lejano a sus domicilios o en el que desean estar al encajar con su proyecto educativo. Nadie ha sabido ponerle el cascabel al gato, y lo que antes era un problema latente ahora ha estallado en nuestras narices. Sin apenas margen de maniobra, los directores, que son jefes de personal y los supuestos líderes pedagógicos, apenas se encuentran con margen de maniobra para garantizar junto a sus equipos de trabajo cierta continuidad en determinados roles en los que sí es necesario mimar bien quiénes van a encabezar los procesos de cambio: profesorado de 1º de ESO, tutores de diversificación curricular, docentes de la Formación Profesional de Grado Básico… ¿Por qué seguimos obviando que determinados puestos docentes requieren de un perfil profesional o humano singular ajustado a las necesidades de su alumnado?Sé que es complicado encontrar el equilibrio deseado entre los derechos laborales en la ordenación de funcionarios de carrera por sus méritos y antigüedad y del profesorado interino, sometidos a una continua inseguridad que no es de recibo. Hay que reconocer las carencias de un sistema que no reconoce ni premia una labor contrastada en el tiempo de quienes más se implican; una labor que es perfectamente medible con los mecanismos adecuados y si se cuenta, a la hora de medirlo, con el rigor ético y profesional de aquellos que elegimos para liderar un centro bajo su responsabilidad, en el marco de la autonomía pedagógica y organizativa: sus equipos directivos.Y es que estamos ahora situando la problemática desde la perspectiva muchas veces obviada de las comunidades educativas, que sufren en diferente magnitud las consecuencias de esta situación que merma la llamada calidad educativa. No es fácil conocer con cierta profundidad un contexto sociofamiliar de un centro, los entresijos de su proyecto educativo o todo lo que se guarda en los bolsillos de las mochilas ese chaval al que nadie entiende cuando explota en medio de una clase. Todo ello requiere de una solidez en la plantilla docente que casi nunca se da, y menos en los centros con mayor complejidad, lo cual resulta paradójico ya que es ahí donde se precisa de profesorado más estable.La inestabilidad de los claustros tampoco permite hacer madurar en el tiempo las relaciones colaborativas entre ciertos docentes que están a gusto trabajando juntos, muchas veces incluso dentro de una misma sesión, de lo cual el principal beneficiado es el alumnado, que con este asunto pasa a ser una vez más el último del vagón. ¿Estamos pensando en los estudiantes y sus familias cuando nadie puede hacer nada para que un claustro de un centro se asiente lo mínimo como para poder llevar a cabo o evaluar un plan de mejora que necesita de más de un curso para ver sus resultados? La última edición de PISA arrojó datos preocupantes que demuestran que el mal endémico de nuestro sistema educativo tiene (cómo no) origen estructural, y se plasma sin ir más lejos en el bajo rendimiento en las pruebas de lengua y matemáticas. Asentar, por ejemplo, los algoritmos que se usan para dividir, o el reconocimiento tácito de los mecanismos para inferir la idea principal de un texto para hacer un resumen, son destrezas que requieren de un trabajo sostenido en el tiempo (al menos en dos años) por unos mismos profesionales que puedan continuar dando clase al mismo grupo, por ejemplo, de 1º a 2º de la ESO. Pues bien, reconozcamos el escaso margen de maniobra que tienen las directivas para poder ofrecer esta mínima continuidad. Lo mismo ocurre con el profesorado tutor e incluso con las jefaturas de departamento, en Secundaria. En el caso de esos puestos, a pesar de que sea más sencillo repetir ya que suelen recaer en funcionarios con destino definitivo, se desvanece la importancia que tienen sus funciones en la coordinación de los procesos de mejora pedagógica o innovación, ya que los miembros de sus departamentos didácticos cambian continuamente.Señala Imbernón (2011) que “el desarrollo profesional necesita de nuevos sistemas laborales y nuevos aprendizajes que requiere el profesorado para llevar a cabo su profesión, y de aquellos aspectos laborales y de aprendizajes asociados a los centros educativos como institución en donde trabajan un colectivo de personas”. Cualquier colectivo precisa de cierto mantenimiento en el tiempo de sus núcleos de trabajo, de apoyo de sus órganos colegiados, de análisis de su microgobiernos, de estudio sosegado de los resultados de sus acciones y, también, de una evaluación en positivo, rigurosa y lo más justa posible, que incremente los incentivos de quienes más han demostrado su solvencia y buen hacer. Por supuesto que avanzar hacia este modelo sin consenso y sin determinar sus pros y contras puede encerrar peligros. El último procedimiento selectivo por concurso oposición ha dejado una de cada cuatro plazas desiertas en España. Con un sistema evaluador obsoleto y con temarios anacrónicos, no ha logrado solucionar la situación laboral de esos miles de docentes que no han podido tampoco estabilizarse por concurso de méritos al no tener, básicamente, la suficiente antigüedad. No son sólo ellos y ellas los perjudicados al ver tambalearse ahora la solidez de sus empleos. También se merma la salud general de nuestro sistema educativo, que en sus mecanismos de selección de los mejores trabajadores para desempeñar una profesión clave apenas ha logrado avanzar, en medio de un panorama con multitud de incógnitas en donde al final, cada curso, cada septiembre, quienes salen perdiendo son quienes conviven en ese centro que no logra apostar por la continuidad de muchos proyectos e iniciativas que mueren ahogados ante la siempre eterna inestabilidad de los claustros. Albano de Alonso Paz es catedrático de Lengua y Literatura, profesor y Cruz al Mérito Civil por su labor en el campo de la enseñanza. Divulga sobre educación en su blog www.albanoalonso.info.

El coste de la inestabilidad de los claustros en los centros educativos | Educación
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