Valeria Castro anda con la tarde risueña. Acaba de activar las estadísticas anuales de Spotify, esas que media humanidad comparte estos días por Instagram, y la plataforma le ha atribuido una edad afectivo-melómana de 80 añazos. Y ella, una Tauro del 99 acostumbrada a que le cuelguen el sambenito de viejoven, no está dispuesta a dejarse ofender por los designios de las maquinitas ni los algoritmos. “Esto me pasa por seguir escuchando tanto a Silvana Estrada y Sílvia Pérez Cruz”, razona, resignada. Y se troncha. Más informaciónEn efecto, la noticia es que la autora de guerrera, cuídate, la soledad o tiene que ser más fácil (sí, es tan pudorosa que escribe todos sus títulos en minúsculas) ha recuperado el humor, la guasa y hasta la capacidad para la autoparodia. En el transcurso de la conversación, una hora larga de confesiones y algún dulcito en una cafetería amiga de Chamberí, las sonrisas doblegan con creces a las lágrimas, que alguna vez amagan pero ni siquiera encuentran motivos suficientes para brotar. Y esta claudicación de la tristeza no acontecía desde aquel fatídico 13 de octubre en que la cantautora de La Palma protagonizó una actuación poco agraciada en Operación Triunfo, con una voz agónica que no parecía la suya, y docenas de anónimos justicieros procedieron a un cruel proceso de lapidación en las redes sociales. Tres días más tarde, la artista anunciaba en un comunicado “una pequeña pausa en este camino para recuperarme física y mentalmente”.“Afronté un duelo familiar en verano [la muerte de su abuela] y un periodo de mucho ruido mental. Nadie te enseña a manejarte en un mundo laboral tan raro y expuesto, tan capitalista y propenso al vértigo”, reflexiona ahora tras estas siete semanas de retiro (ella prefiere hablar de “baja laboral”, como bien certifican los partes médicos). “Habitamos un mundo en el que el ruido externo es tan agresivo que la terapia se vuelve tan necesaria como tu doctor de cabecera. Y mi psicóloga me explicó que mis heridas ya no se curaban solo con las pequeñas tiritas que había ido colocándome hasta entonces…”.“Afronté un duelo familiar en verano [la muerte de su abuela] y un periodo de mucho ruido mental. Nadie te enseña a manejarte en un mundo laboral tan raro y expuesto”, dice la cantante canaria, que posa en Madrid el pasado jueves. LUIS SEVILLANOCastro ha recuperado el tono lúcido y afable, la locuacidad y su proverbial bonhomía, aunque no le apetece rememorar con todos los detalles aquel lunes negro televisivo, precedido por una actuación en el Gran Teatro Falla de Cádiz en la que un asistente escribió, compungido, a este periodista: “No parece ella. ¿Tienes idea de si le pasa algo?”. “El día de la tele ya sabía la realidad que habitaba en mi cabeza”, resume la artista. “Y a partir de ahí me enfrenté no tanto al llanto como al vacío. Escribimos el comunicado en casa de mis representantes y comprendí la suerte de contar con un equipo humano que no solo trabaja conmigo, sino que me ha cuidado como a un cristal”.Aquella misma mañana, Valeria eliminó todas las redes sociales de su móvil (“ahora las he reinstalado, pero voy entrando poquito a poquito”), canceló viajes, pospuso un puñado de conciertos y emprendió un proceso de sanación que hoy llega a su culmen: el auditorio Mar de Vigo asistirá este lunes a su feliz reincorporación a la vorágine. “El día del comunicado acepté parar a regañadientes”, se sincera ahora esta tres veces candidata al Grammy Latino, autora de la canción central de El 47 y reciente Premio Ondas. “Desde ese mismo jueves no he dejado todo el rato de visualizar mentalmente mi regreso. En el camino he comprendido que me he subido a muchos escenarios desde una autoexigencia extrema, y eso no puede ser. Tenía muchos vicios psicológicos acumulados. De los otros no, porque soy muy sanita, pero terminé incurriendo en una dinámica casi empresarial, en esa ambición artística de querer estar en todas partes. Después de haberme limitado el tiempo de mi vida, ahora salgo más humana de todo esto”.Pensó que con el descanso, la pausa y la desconexión se pondría a escribir canciones y más canciones, pero qué va. Al principio bastante tenía con sobrellevar la desazón. Luego llegó lo más complicado: reencontrarse con su personalísima e inconfundible ejecución vocal, tan frágil, hermosa y volcada en el trémolo. “Me ha costado mucho escucharme y pensar que mi música tiene valor. Y he cantado mucho, muchísimo en casa. ¡Supongo que los vecinos estarán hartos!”. Más risas.No ha estado sola. Los mensajes de cariño entre compañeros de profesión eran tan abrumadores que ella barruntaba que en las redes seguirían las mofas y los chistecitos, la burla impiadosa. Tampoco le extrañaba: es dulce, pero no cándida. “Soy hija de la inmigración y he conocido el odio, pero me resisto a aceptar que el mundo esté abocado a ello”. La ha cuidado, mimado y hasta invitado a casa su amiga María Rozalén, compañera de fatigas cantautoriles y psicóloga de formación. Y se ha convertido en asidua alumna de la argentina Patricia Ferro, profesora de canto y musicoterapeuta, una mujer menuda y temperamental que también ha tenido entre sus pupilos a ilustres del pop-rock español como Pucho (Vetusta Morla) o Antonio García, el líder de Arde Bogotá.Patricia ha sido “la pieza decisiva para sanar las carencias”, la primera en hacerle comprender que un artista escribe sobre la tristeza porque ya la ha experimentado. Y en el cuerpo después de todo (marzo de 2025), su precioso y sentidísimo segundo elepé, habitaba ya mucho dolor reconcentrado, aunque en primavera casi nadie acabara de percatarse de ello. – ¿Ni siquiera en su entorno más cercano?– Ni siquiera. El otro día me lo dijo mi madre, que además es médico de familia. “Hija, me he parado a escuchar el disco con más detenimiento. ¡Ni yo me había dado cuenta de que estabas tan mal!“. Lo bueno de las caídas, en suma, es el impulso renovado de la reactivación. La hecatombe pandémica no nos hizo salir mejores, asume Valeria, pero ella sí se siente ahora más afianzada y segura, más dispuesta a “aportar un poquito de luz, aunque no sea la salvadora del mundo ni de nada”. Azorada de haber merecido tanta atención y cariño, comprometida con que su caso “pueda servir de espejo para que otras personas emprendan un proceso terapéutico”. Y empeñada, incluso, en que los poderes públicos le hinquen de una vez por todas el diente al dilema de la salud mental. “Tenemos que mirarlo muy seriamente. La terapia no puede ser un privilegio. Hay que incluirla en los sistemas públicos de salud y vencer los prejuicios. Es un problema que nos afecta a todos”.”La terapia no puede ser un privilegio. Hay que incluirla en los sistemas públicos de salud y vencer los prejuicios. Es un problema que nos afecta a todos”, señala Valeria Castro, que posa en una cafetería madrileña en pasado jueves. LUIS SEVILLANO– ¿Y de verdad que no ha escrito ninguna nueva canción en estos últimos dos meses?– Bueno, desde hace una semana sí, aunque casi como un ejercicio terapéutico. Han empezado a salir muchas, pero no las he repasado aún y no sé si alguna servirá o se quedarán todas en el cajón. Eso sí: he confirmado que comunicarme a través de las canciones es mi auténtica lengua materna. Ahora, mientras tú y yo conversamos, es como si estuviera expresándome en un segundo idioma, como si hablásemos en inglés…El mismo día de este café, esa oficina que cuida de Valeria Castro “como un cristal” anunciaba que la canaria abordaría en 2026 los conciertos más multitudinarios de su carrera, en sendos pabellones de Madrid (9 de enero), Tenerife (21 de marzo), Gran Canaria (26 de julio) y el Palau Sant Jordi barcelonés, el 30 de octubre. Serán cuatro ocasiones espléndidas para reescuchar a Valeria a pleno pulmón, en su lengua madre.

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